La doctrina del señorío de Cristo enseña que un verdadero cristiano es la persona que ha creído que Jesucristo es el Hijo de Dios, quien vino para salvarnos de tener que pagar por nuestros pecados. Luego, esta persona ha depositado su confianza solamente en Jesucristo para ser salvo, y a partir de ese momento, se transforma en un hijo adoptado por Dios. Como hijo obediente, el nuevo cristiano se somete a Cristo, el Señor y Dueño absoluto de su vida.
El señorío de Cristo implica ser un verdadero discípulo de Cristo. Es más que hacer una decisión intelectual, o “hacer una oración”. El mensaje del evangelio es un llamado a transformarse en un discípulo de Cristo el Señor. Él dijo: “Mis ovejas oyen mi voz…” (Juan 10: 26 al 28)
El señorío de Cristo requiere renunciar a todo para seguir a Cristo. Él dio muchas advertencias a la gente, pues muchos estaban de acuerdo con sus enseñanzas y eran beneficiarios de sus milagros, pero no eran salvos. Cristo dijo que tiene que haber un cambio de corazón; una manera diferente de pensar acerca del pecado y de la necesidad de ser salvos. Además, Jesucristo dijo que seguirle a él significa renunciar a todo: "Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo" (Lucas 14:27).
El señorío de Cristo en nuestra vida requiere evidencias de conversión. En el Sermón del Monte, Jesucristo dice que la vida eterna es un camino angosto, y que solo "algunos pocos" lo hallan (Mateo 7:14). Hoy en día muchos tratan de hacer el evangelio más atractivo, y “ensanchan” el camino para tratar de facilitar a la gente el venir a Jesús. Sin embargo, él dijo que no todo el que lo llame “Señor” será salvo, sino sólo aquellos que le obedezcan, pues esa obediencia indica que están sometidos a él. Una verdadera profesión de fe, basada en una verdadera entrega a Jesucristo, será respaldada por evidencias. Jesús dijo que tienen que verse frutos del verdadero arrepentimiento (Mateo 3:8), y esos frutos no son solo lamentaciones por el pecado, sino completo abandono del pecado, porque la verdadera salvación produce una vida transformada.
Renunciar a todo; soltar todo aquello que domina nuestra vida, comenzando por nosotros mismos, y siguiendo por cualquier pecado que nos domine, para, en su lugar, vivir sometidos a Cristo, es la mejor vida que podemos tener ahora y en la eternidad. Hoy nuestro Padre te llama, a vivir bajo el señorío de Cristo. Si verdaderamente eres de él, querrás vivir como él. Y si aun no lo conoces, toma la decisión de conocerlo hoy mismo.