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 “Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros.”  (Filipenses 3:17)

No hay orgullo ni vanidad en el apóstol, sino un ejemplo necesario en él como líder y en otros, que como él, son verdaderos cristianos; son ciudadanos del cielo. Esta ciudadanía celestial no se gana por méritos humanos, sino por el arrepentimiento y la fe en Jesucristo. Es una ciudadanía que indica pertenencia a Cristo, y eso cambia nuestra manera de vivir. El verdadero cristiano vive en la tierra, pero como un hijo de Dios, como ciudadano del cielo. El verdadero cristiano siempre siente, en lo profundo de su ser, que aquí en la tierra está como un peregrino. 

En cambio, los que aun son ciudadanos de la tierra, se sienten “como en casa” en la tierra, y es por eso que sus pensamientos, sus esfuerzos, la inversión de su tiempo y dinero, y sus emociones, son para la auto satisfacción. Pero, ¿Por qué aun no son ciudadanos del cielo, siendo que han escuchado tantas veces el evangelio de Cristo? La comparación que Pablo hace al escribir a los filipenses, nos ayudará a responder a esta pregunta.

En Filipos había falsos profetas y falsos maestros; éstos eran supuestos creyentes, griegos, influenciados por la filosofía de Epicúreo (Filósofo griego 341-270 a.C. quien enseñaba que la vida se debe vivir evitando el dolor, y disfrutando de todos los placeres posibles). Pablo califica a estos falsos maestros como “adoradores del vientre." Esta es una referencia triple: se refiere al sexo, a lo material, y a la búsqueda de satisfacción en los lugares equivocados. Esos falsos creyentes sólo pensaban en la búsqueda de sus satisfacciones materiales, sensuales, y las centradas en ellos mismos. Estos supuestos creyentes, degeneraban la libertad que provee la vida con Cristo, y pensaban que podían pecar libremente; no entendían la gracia de Dios. 

Gálatas 5.13 al 16 "Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros. Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pero si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os consumáis unos a otros. Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne.”

Romanos 6.1¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?”

Romanos 6.15 al 18 “¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera. ¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia? Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia.”

¿Quién le enseña a Ud. a pensar sólo en las cosas terrenales?: Los falsos maestros, los falsos profetas, los falsos apóstoles, los falsos pastores. Todos estos siguen la filosofía epicúrea. Algunos de ellos predican que somos pequeños dioses o pequeños cristos, y por lo tanto, dicen, tenemos autoridad para “llamar a las cosas que no son como si fuesen y a decretarlas.” Pero se equivocan usando el texto de la Biblia que contiene esa expresión. Romanos 4:17 dice: “Como está escrito: Te he puesto por padre de muchas gentes delante de Dios, a quien creyó, el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen.” El texto claramente dice que sólo Dios tiene tal autoridad y poder de “llamar a las cosas que no son, como si fuesen.”

Observe: Los falsos maestros, logran crear en sus seguidores la expectativa de que tienen autoridad sobre el mundo espiritual. Eso entusiasma a cualquiera que no interpreta bien la Palabra de Dios. Pero, por favor, entienda esto: Lo que hacen los falsos profetas y falsos maestros, es crear un estado psicológico que lleva al escapismo; es decir, a evadir la realidad con el propósito de satisfacer sus propios deseos.

Por el contrario, El Espíritu Santo nos lleva a depender de él, para tener la fe y las fuerzas que necesitamos para vivir la realidad. Dios usa los desafíos de la vida para que aprendamos a enfocarnos en él y no en “las cosas terrenales.”