La paternidad involucra formar hijos que en el futuro sean adultos sanos, útiles a sus familias y a la sociedad. Es una verdadera designación divina, pero es de corta duración. Los niños que Dios pone bajo nuestro cuidado crecen antes de que podamos aprender a educarlos. El gran desafío es inculcarles, en pocos años, los principios sobre los cuales ellos basarán el resto de sus vidas.
Las madres, por lo general, cumplen bastante bien con esa función, pues su misma naturaleza maternal las impulsa a ello. En cambio para los padres, formar a sus hijos requiere una intencionalidad deliberada y un reconocimiento consciente de la poderosa influencia que ejercen sobre su prole.
La influencia del padre sobre la vida de sus hijos es muy poderosa. Aunque la escuela, los amigos, y los medios de comunicación parezcan competir agresivamente con el tiempo que el padre puede conceder, aun así, él tiene el poder de afectar positiva o negativamente a sus hijos con una sola palabra, con un gesto, o con una simple acción. Es por eso que la presencia física del padre es importante, como también lo es su presencia emocional. Esta “presencia completa” logra que el padre pueda aprovechar esos momentos enseñables, donde sus hijos parecen estar más abiertos a recibir la semilla de una palabra atinada, de un consejo dado justo a tiempo. El sermoneo estilo regaño contribuye muy poco a los cambios de conducta que un padre desea ver en sus hijos, pero una palabra oportuna puede ser mucho más efectiva. Por eso es tan necesaria la presencia del padre, a quien Dios ha dotado de una capacidad única para ejercer su rol. Claro que esta capacidad es potencial; es decir, necesita ser desarrollada apropiadamente.
Tal vez esté leyendo este artículo y piense: “mi padre nunca hizo eso por mí” y como resultado, emergen sentimientos de dolor a la superficie. Pero recuerde que es necesario sanar ese dolor, o de lo contrario lo transferirá de alguna manera a otras personas, especialmente a su cónyuge y a sus hijos.
Como padre, usted es irremplazable. Su influencia se proyectará desde la niñez hasta la vejez de sus hijos. Estoy seguro que ya lo ha notado en su propia vida. Por eso es necesario tomar el privilegio de ser padre con mucho amor y con una gran dosis de responsabilidad. Recuerde que sus hijos van por el camino que usted señala.
Pero la buena noticia es que no está solo. Dios, el Padre por excelencia, le ha dejado una multiplicidad de ejemplos acerca de cómo influenciar positivamente a sus hijos. Estos ejemplos se encuentran en la Biblia, y provienen directamente de la experiencia personal su Autor.
¿Tiene acaso alguna duda de que esos son los mejores ejemplos que usted necesita, y que le pueden transformar en un padre de gran influencia? Dios no está tan interesado en hacer de usted un padre de afluencia económica, como lo está en hacer de usted un padre de influencia eterna.