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La compasión de Dios no tiene barreras. Dios bendice al ser humano que reconoce la imposibilidad de salvarse a sí mismo y viene a Cristo con humildad rindiéndose totalmente a Su control. La Palabra de Dios nos muestra historias de hombres y mujeres que se rindieron a Cristo y fueron bendecidos. Una de esas historias relata el caso de una mujer de quien los varones podemos aprender (Mateo 7.24-30)

La mujer cayó a los pies del Señor Jesús. Esa fue una actitud de reverencia. Ella era una mujer gentil, no era del pueblo elegido y lo sabía. No tuvo pretensiones de ninguna clase. No pensó en su corazón: “Si Dios es tan bueno como dicen, Él tiene la obligación de bendecirme.” ¡No! Ella interpretó que el pueblo elegido era “los niños” a los que el Señor hizo referencia, y que ella no merecía recibir nada, pero eso no la detuvo.

Dios bendice a los que reconocen que no merecen la misericordia de Dios

La mujer tenia el concepto correcto de sí misma: no merecía nada de Dios. Sin embargo, se aferró a la verdad del carácter de Dios: Dios es misericordioso. El mundo, la cultura, y algunas iglesias nos enseñan lo opuesto: que merecemos la mejor vida ahora, o que Dios nos debe algo. Esto surge del orgullo, de la justicia propia, y de falsas doctrinas enfocadas en el ser humano y en su demanda de placer. Si venimos con esta actitud, Dios no nos va a dar nada. Pero si venimos en humildad y fe aferrándonos solamente a la misericordia de Dios, Él nos oirá y obrará de acuerdo a Su misericordia. 

Jesús dijo: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5.3). El ser pobre en espíritu es reconocer nuestra necesidad delante de Dios. Nosotros no tenemos nada que ofrecerle a Dios. Él nos acepta solamente por Su gracia y misericordia cuando confiamos en Él; esa es Su promesa. Esto se aplica a nuestra salvación como a cada aspecto de nuestras vidas con Dios.

Dios bendice a aquellos que no se dan por vencido en medio de las pruebas 

La respuesta del Señor a la mujer fue una prueba. Los “perrillos”, en el texto, son el equivalente a nuestros “puppies”. El Señor suaviza la expresión conocida en aquellos tiempos para los gentiles, a quienes los judíos llamaban, “perros”. La mujer no se ofendió ni tampoco habló mal de los hijos (los israelitas). La mujer reconoció que la misión primaria del Señor era a Israel, pero también reconoció que en el mismo hogar donde están los hijos están los puppies y estos son hábiles para alimentarse de las migajas que caen de la mesa de los hijos. Cuando los hijos dejan de darle importancia a la comida, tienden a jugar con ella y a dejarla caer debajo de la mesa. Pero para los perrillos, las migajas son un tesoro; son el alimento que están esperando. Cuando los perrillos tienen hambre no se rinden, no importa cuánto tengan que esperar para recibir lo que necesitan. 

Dios responde a las peticiones de aquellos varones que vienen a Él y no renuncian cuando Él los pone a prueba. Las pruebas son usadas para confirmar si tenemos verdadera hambre de Él. Dios bendice al varón que no se rinde en medio de las pruebas porque las pruebas le hacen reconocer que no se trata de su propia bondad, sino de la bondad del Señor. 

Esta mujer mostró un corazón que Dios podía bendecir; un corazón rendido a Dios, un corazón de fe; un corazón no rebelde ni autosuficiente. Los expertos religiosos querían obtener los beneficios de Dios por medio de las obras de la ley y la obediencia a la ley oral. Se creían con derecho sobre la bondad de Dios; creían que Dios tenía que bendecirlos porque eran “buenos hombres”; “buena gente”. La mujer recibió la bondad de Dios como respuesta a su humildad.

Dios bendice a la persona que pone su fe en Él

El énfasis de esta historia no está en la liberación de la niña, sino en lo que el Señor está enseñando a través del milagro: La fe en Él y no la fe en uno mismo. La fe de la mujer es un contraste con la incredulidad de los orgullosos varones escribas y fariseos. 

El Señor manifestó su compasión por los pobres y humildes pecadores que lo buscaban y venían a Él porque es la única esperanza. Dios no ha cambiado. Si quieres ser un varón que Dios bendice, debes humillarte ante Él, rendirte a Sus pies y dejar que Él gobierne tu vida. El Señor Jesucristo jamás rechaza a los caen a Sus pies (Juan 6.37).

Jesús le dice a la mujer: “Por esta palabra, tu hija es sanada”. Esto no significa que ella desató el poder de Dios por medio de la palabra que ella declaró, sino que el poder de Dios se manifestó cuando ella declaró su confianza total en Él. Siempre se trata de Él, no de nosotros. Tenemos fe en Él, no en nuestra capacidad de fe en Él. Dios bendice a la persona que pone su fe en Él. 

¿Quién es el varón que Dios bendice? Es el varón que reconoce que no merece nada de Dios, pero no se da por vencido cuando Dios lo pone a prueba, y en cambio pone su fe en Él creyendo y rindiéndose a Sus pies. ¿Quiere usted ser ese varón?